Seguimos nuestro road trip por Portugal, dejamos Oporto y vamos a empezar el día en un sitio de esos que se te quedan pegados a las retinas y no puedes olvidar. Lo descubrí casi de casualidad, pero en cuanto vi la foto dije, yo tengo que ir ahí. Y fuimos.
Si os digo solo que fuimos a la Capilla de Nosso Senhor da Pedra, diréis, pues vaya cosa, una capilla, como si no hubiera muchas y más en Portugal. Pero si os digo que es una capilla sobre las rocas, en la playa y que cuando sube la marea queda rodeada de agua? Es como el Mont Saint Michel pero en chiquitín.
Nosotros aprovechamos que íbamos de Oporto hacia Coimbra y paramos, pero si estáis en Oporto unos días no dejéis de escaparos. Está muy cerca, a unos 20 minutos en coche, en la Playa de Miramar. Poniendo en el gps Capilla de Nosso Senhor da Pedra te acerca. También se puede ir en tren, en la estación de San Bento os informarán de los horarios y el tren que os va mejor para llegar. Además la playa es preciosa, muy extensa, y tiene pasarelas de madera y chiringuitos en los que tomar algo a precios bastante asequibles. No es una playa muy turística, al menos cuando fuimos hace un par de años todavía no era muy conocida.
Estuvimos por la mañana, pero he oído que los atardeceres allí son preciosos, así que si podéis elegir es una buena opción.
Después de pasear y tomar un rato el sol, la verdad es que se estaba genial y con lo que nos gusta la playa había que aprovechar, teníamos que parar en Costa Nova, que tiene un bonito paseo marítimo con sus casas de rayas, pero como iba ya pensando en el siguiente pueblo no sé qué me pasó que se me olvidó por completo y directamente nos fuimos hacia Aveiro que también me encantó.
Aveiro, la Venecia de Portugal. Qué manía de en cuanto un sitio tiene dos canales llamarle la Venecia de donde sea, me da rabia porque creo que quita personalidad a los sitios, al real y al que se intenta comparar, pero en fin, esto ya son manías mías.
Pues eso, Aveiro es un pueblecillo con canales, en los que veréis navegar los moliceiros, típicos barcos en los que se transportaba el grano y que están decorados con colores muy vistosos.
El pueblo tiene mucho encanto, con sus calles de empedrado típico portugués, sus casas bajas, algunas blancas y otras de colores. Junto al canal principal encontramos también algún edificio modernista.
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Y sobre todo, no dejéis de probar sus dulces, aquí son típicos los ovos moles, que son como obleas rellenas de yema. A mí la yema no me gusta así que compré un pao de lo, del que os hablé en uno de los post de Oporto, y madre mía que cosa más rica. Se deshacía en la boca. Es uno de los dulces más ricos que he probado en mi vida, y mira que era sencillo, que solo es bizcocho pero mmmmmmmmmmmm…!! cada vez que me acuerdo babeo.
Llegamos un rato antes de la hora de comer, aparcamos como siempre buscando la zona que no fuera de pago aunque quede más lejos, y así nos encontramos con unos bonitos jardines en los que se agradecía la sombra porque hacía un calor memorable ese día.
Lo primero fue buscar un sitio para comer, y estaba todo llenísimo, así que nos metimos en un restaurante en el que vimos sitio, comimos bien, pero no recuerdo como se llamaba. Después dimos una vuelta por el pueblo y volvimos al coche, teníamos que seguir nuestra ruta.
Si no vais en coche y estáis unos días en Oporto también podéis visitar este encantador pueblo en tren. Salen trenes desde la estación de San Bento que os dejan en Aveiro, y merece la pena pasar un día entre canales. Aveiro fue uno de mis pueblos favoritos.
Próxima parada: Coimbra. Llegamos a la ciudad universitaria por excelencia de Portugal.
Llegamos ya a última hora de la tarde, nos cuesta aparcar una vida, porque además nuestro hotel está en una zona peatonal, con lo que se complica la cosa. Coimbra tiene muchas cuestas, y bajar con las maletas hasta el hotel se nos hace pesadísimo con tanto calor. Aún así vamos con ganas de visitar lo que podamos.
Nos alojamos en el Hotel Larbelo, como ya comenté en el post de preparativos, y después de dejar las maletas salimos a descubrir esta ciudad. La idea era visitar la universidad entre otras cosas y al día siguiente salir pronto, pero cuando llegamos está ya cerrada, así que decidimos que entraremos por la mañana y nos iremos un poco más tarde. Donde si que podemos entrar es en la catedral vieja, y visitamos el claustro. Me gusta entrar en los claustros de las iglesias porque son como pequeños oasis de paz en medio de la ciudad.
Como ya era tarde y todos los monumentos cerraban pues nos fuimos a patear la ciudad, que es de lo que más me gusta hacer. Pasear, descubrir rincones, mirar escaparates…
y cómo no en Portugal, sufrir ante los escaparates de dulces. Que alguien me diga por qué esta gente tiene este don para la pastelería.
Tocaba cenar y nos decidimos por un restaurante que había en la orilla del río Mondego que es el que cruza la ciudad. Era un italiano y no estaba mal, pero la verdad es que tampoco era como para recordar.
Así que un poco decepcionados nos fuimos a dar un paseo para disfrutar de la buena noche que hacía y sorpresa! Nos encontramos un espectáculo en la plaza delante de la iglesia de la Santa Cruz en el que estaban cantando fados y tocando música portuguesa. Qué mejor manera de disfrutar de Portugal que con esa banda sonora.
Después de un rato nos fuimos a dormir que al día siguiente queríamos madrugar para poder ver la Universidad y teníamos un día con muchas cosas por ver.
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Gracias